12/11/2024 | Press release | Distributed by Public on 12/11/2024 14:26
Cuando Camila Brugés, productora y guionista, leyó que Netflix iba a convertir en una serie a Cien años de soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez, lo primero que dijo, pensando en la labor de adaptar ese clásico de la literatura colombiana a un producto audiovisual, fue "Uy, ¿a quién le tocará esa responsabilidad?".
Por eso cuando la llamaron, meses después, a ofrecerle hacer parte del equipo de guionistas, lo primero que sintió fue susto. "Y pensé… No, no sé si pensé, creo que tomé una decisión inmediata: supe que iba a decir sí, que no quería perderme esa oportunidad", cuenta en una entrevista unos días antes del estreno de la serie, que comienza este 11 de diciembre en Netflix.
"Para mí no había ninguna duda de que sobre todo iba a ser una experiencia muy única. Intuía que iba a ser un proyecto muy grande, con unas condiciones atípicas a las que tenemos en la producción audiovisual Latinoamérica, y no me lo quería perder", explica.
Lo que vino después fue algo que nunca va olvidar: lecturas y relecturas del libro, muchas preguntas, largas reuniones con Natalia Santa y María Camila Arias -las otras guionistas- y conversaciones sobre física cuántica, escenas específicas, líneas del tiempo. Largas noches de dudas en las que siempre tuvo claro que no querían hacer una copia exacta, sino captar la esencia y conservar el espíritu de la novela.
Esta es la conversación completa con Camila sobre esa experiencia, que marcará su vida y su carrera, y sobre la dificultad de adaptar una obra que por muchos años se consideró inadaptable y a la que su propio autor nunca quiso ver en una pantalla.
Camila Brugés (C.B.): El proceso de adaptación lo empezó José Rivera, un dramaturgo puertorriqueño. Cuando a nosotras (el grupo de guionistas) nos llamaron ya había un planteamiento y una propuesta para contar esta historia de forma lineal, y una propuesta de división. Nosotras cogimos esos episodios y realmente les dimos una vuelta grande, tanto que en nuestra primera sentada con Natalia y María Camila nos pusimos a argumentar como si estuviéramos empezando de cero.
Para empezar, teníamos que respondernos a nosotras mismas por qué estábamos haciendo esto. Nos hicimos muchas preguntas y a través de estas preguntas llegamos a, sobre todo, perfilar unos temas que fueron nuestro norte para encontrar los arcos dramáticos de los personajes y para escoger los puntos de vista.
(C.B.): Que la serie fuera solo un retrato de la ligereza, del realismo mágico, y de los momentos bellos. Las tres teníamos muy claro que, aunque no nos íbamos a perder eso, Cien años de soledad estaba contando la historia de Colombia e incluía una capa bien oscura a nivel humano y dramático que tenía mucho de ese Gabo periodista, político, que está señalando las realidades de nuestro país.
Claro que queríamos contar la historia de la familia de principio a fin, queríamos hacer una adaptación muy fiel, pero también teniendo claro que la historia nos dice mucho sobre la guerra en Colombia, sobre la oscuridad del alma, sobre esa tendencia de los Buendía a la tragedia humana de caer en la violencia. Y eso nos ayudó mucho a construir los arcos.
(C.B.): Una vez tuvimos claro esos arcos y los puntos de inflexión, empezamos a hacer una macroestructura entre todas y con eso ya nos dividimos por episodios y nos pusimos a escribir. Eventualmente se sumó Alberto "Albatros" González al equipo y María Camila quedó como asesora.
La escritura de guion a guion ha sido el proceso más riguroso que yo haya vivido. Nosotros hacemos una cosa por etapas: una sinopsis, mandamos a Netflix para que haga anotaciones, eso pasa a una escaleta, vuelve a Netflix, y luego se hacen dos versiones de guiones. En esa segunda, llegaron los directores y las directoras de cada episodio, y ellos tenían muchas ideas, por lo que nos tocó darle vueltas a muchas cosas y tener conversaciones muy serias, pero muy nutritivas acerca de lo que íbamos a contar.
(C.B.): Yo no creo que la conversación hubiera sido distinta si estuviéramos hablando de otra novela. Cada que haces una adaptación partes de unas primeras preguntas que te dan un norte. Y una de esas preguntas es sobre cómo maneja el tiempo la novela. En el caso de Cien años de soledad esa pregunta ya planteaba una serie de complicaciones. Una era que durante toda la novela pasan 100 años, pero la más complicada era cómo contamos la circularidad de la que habla Gabo: el loop de generaciones que se repiten a sí mismas en sus decisiones, dramas y tragedias.
De hecho, el primer día que nos sentamos a hablar, terminamos hablando de física cuántica y de la teoría de cuerdas. Incluso hubo un momento en el que pensamos hacer escenas en las que estuvieran ocurriendo situaciones de varias generaciones, como si todo estuviera sucediendo al mismo tiempo, pero lo terminamos descartando.
Así fue el proceso siempre para enfrentar esos retos: soltábamos ideas, nos dejábamos llevar por la creatividad y luego recogíamos de ahí una semilla. Al final, las decisiones que tomamos las tomamos pensando en que el espectador comprenda una novela que es muy difícil de leer para un lector común.
(C.B.): Hay novelas que uno irrespeta cuando está adaptando, porque tiene que irrespetarlas. Pero creo que en esta no se sintió así, se sintió más bien como una búsqueda de las decisiones que teníamos que tomar para que fuera una adaptación que funcionara sola, pero que conservara el espíritu de la novela.
Incluso lo sentí como una conversación constante, y no porque tuviéramos miedo de irrespetar la obra, sino porque siempre que entrábamos en un punto ciego, nos deteníamos en discusiones o nos enredamos en alguna cosa, alguien agarraba la novela y ahí estaba la respuesta. Era como un volver a ella constante, teniendo claro que una adaptación es un cambio de lenguaje y ahí uno tiene que tomar decisiones.
(C.B.): La novela llegó tarde a mi vida. Intenté leerla tres veces antes y no pude pasar de la página quinta. Pero hace unos ocho o diez años la agarré nuevamente y me abrazó. Esa primera lectura completa me succionó y no tuve mucha conciencia analítica ni crítica sobre la obra. Fue una sensación de absoluto asombro.
Cuando la leí para esta adaptación, en cambio, estaba tratando de entender con más precisión cómo era el manejo del tiempo. Hubo cosas que me llamaron la atención: Gabo se contradice de un lugar a otro en determinadas cosas, nos dice como "Amaranta nunca volvió a hablarle a Úrsula", y 30 páginas después vuelven a hablar. Pero lo que más me sorprendió de la segunda lectura fue ese carácter de crítica y político de la novela; más allá de la historia imaginaria de Macondo, era la de un pueblo colombiano al que le llega el Estado, la Iglesia y la guerra. Siento que eso no me quedó de la primera vez.
(C.B.): A mí me tocó escribir la peste del insomnio. Al inició me emocionó mucho porque me parecía muy visual la forma cómo la estaba narrando Gabo, pero a la hora de incorporarlo dentro de la estructura del guion, me encontré con una dificultad: no pasaba nada a nivel dramático, sino que estaba contada como una gran anécdota general con un significado poético hermoso detrás.
Eso hizo difícil hilarlo en un episodio. Me tocó interpretar cómo fue la peste del insomnio para los personajes particulares. A eso le di un millón de vueltas y fue un reto grande tratar de darle el aspecto poético. Claro que esas son las búsquedas que hacemos siempre los guionistas.
(C.B.): A nivel de protagonistas, siento que Úrsula es un personaje alucinante. Me siento muy orgullosa de nuestra adaptación en el sentido de que le dimos mucho foco a las mujeres de la historia. Úrsula, por ejemplo, es la Buendía más longeva y es un personaje bastante profundo y hermoso.
De los personajes secundarios, me encanta Arcadio. Escribí un episodio que gira mucho alrededor suyo y fue un gozo para mí. También Amaranta: me encanta que sea tan mala, tan rencorosa. Es un personaje que me fascina.
(C.B.): Es difícil precisar qué es el realismo mágico. Para nosotras, una característica esencial es la yuxtaposición de la realidad con un aspecto místico que, como en la ciencia ficción, hace parte de la realidad de Macondo. Y también de la belleza con la barbarie. Hay, por ejemplo, mariposas amarillas, pero están pasando por encima de cadáveres. Y de eso se trata: de cómo ambas cosas están incluidas. Así como en nuestro país podemos ver ríos hermosos, caudalosos, pasando por selvas y paisajes fantásticos, pero llenos de cuerpos.
Por eso siempre en los momentos y elementos 'mágicos' tratábamos de preguntarnos: ¿qué nos está diciendo esto acá? Y en casi todos había algo detrás.